El “señor” fue encontrado por mi madre en la ducha de mi casa con la hermana de mi madre, y no se enjabonaban precisamente, ni tampoco se le calló accidentalmente el jabón. Esta es solo una de las increíbles historias de el “señor” que puedo contaros, pero esto provocó una reacción en mi madre, la hizo desentenderse del mundo, era como un ente errante que solo respiraba, esto dio lugar a penosas situaciones en la infancia, por ejemplo las navidades, todo felicidad, regalos, buen ambiente...nada de eso, todas las navidades que recuerdo, se basaron en una tétrica receta:
- Medio kilo de gritos, más tres cuartos de soledad, más inexistencia de regalo alguno, sazonado con unas pizcas de mal rollo concentrado y ¡TACHÁN! ya tienes preparada una suculenta navidad de pena.
Esta receta se amplia a cualquier festejo del año. Pero aquí no acaba todo, porque un día el “señor” llegó a las cinco de la mañana al hogar, y montó un lío inmenso, porque no tenía una camisa planchada para llevar al trabajo. Esto acarreó gritos y más gritos, unos por encima de otros, hasta que mis ojos contemplaron el puño de mi padre desplazarse a alta velocidad hacia la cara de mi madre. Nunca borraré esa imagen de mi madre sangrando de rodillas frente al “señor” gritando como un jabalí enfurecido. Esto conllevo al día siguiente a una operación de ataque por mi parte, había decidido matar a mi padre. Fue una decisión tomada a los doce años de edad, quizás desarrollé la faceta más humana demasiado pronto. Después de realizar el plan de ataque, llegaba el momento de la acción y cuando a la madrugada llegó el “señor” me abalancé sobre el con ira y gritando infinidad de veces: - Te odio, te odio, te odio, te odioooooooo.
Le atravesé su pierna izquierda con una aguja de calcetar, sin duda mi ataque fue certero, pero la bestia no cayó, y me propinó tal paliza, que aún mis cicatrices esbozan un gesto de pánico al recordar ese momento.
( No acabo aún el capítulo, pero decidí dividirlo así para que no se haga eterno leerlo, la historia continuará en otro post, gracias)
- Medio kilo de gritos, más tres cuartos de soledad, más inexistencia de regalo alguno, sazonado con unas pizcas de mal rollo concentrado y ¡TACHÁN! ya tienes preparada una suculenta navidad de pena.
Esta receta se amplia a cualquier festejo del año. Pero aquí no acaba todo, porque un día el “señor” llegó a las cinco de la mañana al hogar, y montó un lío inmenso, porque no tenía una camisa planchada para llevar al trabajo. Esto acarreó gritos y más gritos, unos por encima de otros, hasta que mis ojos contemplaron el puño de mi padre desplazarse a alta velocidad hacia la cara de mi madre. Nunca borraré esa imagen de mi madre sangrando de rodillas frente al “señor” gritando como un jabalí enfurecido. Esto conllevo al día siguiente a una operación de ataque por mi parte, había decidido matar a mi padre. Fue una decisión tomada a los doce años de edad, quizás desarrollé la faceta más humana demasiado pronto. Después de realizar el plan de ataque, llegaba el momento de la acción y cuando a la madrugada llegó el “señor” me abalancé sobre el con ira y gritando infinidad de veces: - Te odio, te odio, te odio, te odioooooooo.
Le atravesé su pierna izquierda con una aguja de calcetar, sin duda mi ataque fue certero, pero la bestia no cayó, y me propinó tal paliza, que aún mis cicatrices esbozan un gesto de pánico al recordar ese momento.
( No acabo aún el capítulo, pero decidí dividirlo así para que no se haga eterno leerlo, la historia continuará en otro post, gracias)